martes, 24 de abril de 2012

Revolución en democracia. Mecanismos de prevención



En anteriores entradas en este Blog se han introducido dos conceptos siempre polémicos en la filosofía política, el de reserva de autoridad y el derecho de resistencia del pueblo. Y también se ha hablado de la revolución como la máxima y más radical expresión de estos principios. Es hora de tratar este tema con seriedad, puesto que las reformas y los recortes en el Estado del Bienestar que se suceden a velocidad de vértigo en nuestro país van a provocar, como es de esperar, una mayor y progresiva contestación social en la calle.

La cuestión básica a dilucidar es la siguiente: ¿Es posible una revolución en las democracias actuales?

La palabra revolución asusta, asusta mucho, y es verdad que no habría que utilizarla a la ligera, especialmente porque por la experiencia histórica vivida va inevitablemente vinculada al ejercicio de la violencia por parte del pueblo. Pero la violencia, la violencia física, es un riesgo, no una condición ni un requisito de la revolución. Dependerá siempre de la mayor o menor resistencia de las instituciones a los cambios que reclama el pueblo. Habría que recordar que hay otros tipos de violencia, y que existen otros agentes que la practican. Nuestro ministro de Justicia hablaba de “violencia estructural” para referirse a una presión social oculta que, según él, impide a las mujeres ser madres, olvidándose de las leyes aprobadas por su gobierno que explícitamente dificultan el derecho que dicen proteger, como el eliminar la bonificación por maternidad, limitar los periodos de lactancia, la prolongación de los contratos en prácticas o la movilidad geográfica de todos los trabajadores, que no son leyes precisamente para conciliar la vida familiar con la laboral. Es decir, el propio gobierno puede ejercer violencia amparando con la ley la injusticia, tanto más dolorosa cuanto más se reviste de legalidad. Nuestras leyes actuales permiten a un banco embargar una vivienda por impago, echar a la calle a una familia y obligarla a seguir pagando de por vida una casa que ya no es suya, que pertenece al banco y que éste volverá a vender para seguir obteniendo beneficio. Es difícil encontrar en nuestros días mayor violencia legalizada que esta, ni más alejada de la lógica, la razón y la justicia. Así, mientras que el banco utiliza la fuerza del gobierno para defender sus intereses, la familia afectada sólo cuenta con la solidaridad del pueblo para defenderse. Robespierre, uno de los líderes de la Convención Nacional durante la Revolución Francesa, en un discurso de 1794 exclamaba: ¿Hasta cuándo el furor de los déspotas seguirá siendo llamado justicia, y la justicia del pueblo barbarie o rebelión? ¡Cuánta ternura hay para con los opresores y cuánta inflexibilidad para con los oprimidos!

Antes de seguir adelante, conviene aclarar el término revolución para saber exactamente de qué estamos hablando. Podría servir de punto de partida la distinción terminológica que utilizó el filósofo alemán Erhard a finales del XVIII. Para él una rebelión solo implica una desobediencia momentánea al poder establecido; una insurrección se utiliza para restaurar derechos reprimidos o la supresión de exigencias excesivas del gobierno, pero en ninguno de los casos se cuestionan las bases del sistema ni requieren cambios de gobierno. Una revolución sin embargo implica cambios profundos en las relaciones jurídicas, económicas y sociales que mantiene el pueblo con el Estado. A partir de aquí hay que echar mano de la teoría marxista del Estado para entender la necesidad de una revolución. Pues la revolución siempre parte de abajo, pero sólo cuando toma conciencia de que el Estado es una institución que está al servicio de la clase o poderes dominantes, y que utiliza la fuerza legalizada con el sólo propósito de mantener y perpetuar su dominación. Bien, ¿sería posible en la Europa democrática una revolución?, ¿o solamente cabe pensar en rebeliones e insurrecciones?

El sistema capitalista y democrático actual ha establecido al menos tres mecanismos para alejar de su seno el fantasma de la revolución: renovación periódica de los poderes del Estado mediante sufragio popular, existencia de canales y cauces legales de opinión, reunión y manifestación para que el pueblo pueda expresar su disidencia y oposición; y existencia de un amplio colchón social, la llamada clase  media, que oculta, o en todo caso amortigua la conciencia de la existencia y permanencia de desigualdades socioeconómicas intrínsecas al sistema. A parte de estos tres fundamentales, hay otros menores como el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, el control que puede ejercer el legislativo sobre el ejecutivo, etc. Una revolución en una democracia occidental sólo sería posible si fallasen al mismo tiempo los tres mecanismos principales. Y, que yo sepa, no ha ocurrido todavía. Las dos revoluciones históricas, la francesa y la rusa, y las actuales del mundo musulmán han sido revoluciones contra regímenes totalitarios, por tanto ocurridas, no por la quiebra sino por la inexistencia de los tres dispositivos de seguridad. Pero que no haya ocurrido no quiere decir que no pueda ocurrir, si se dan las condiciones necesarias, si el grado de involución política y de bienestar social es de tal magnitud que haga necesaria la revolución. La responsabilidad, en todo caso, recaerá siempre en el propio Sistema, en el Estado que debía haber mantenido las condiciones establecidas, pactadas, y no lo hizo; que debía haber vigilado el buen funcionamiento de los dispositivos de seguridad y, en vez de eso, trabajó para suprimirlos, despertando así al pueblo de su letargo. Porque el pueblo siempre ha estado más dispuesto a soportar ciertos niveles de injusticia que a luchar por sus derechos.

En entradas sucesivas analizaremos el estado actual de los tres mecanismos de seguridad, y podremos comprobar cómo, las medidas que se han tomado hasta el momento, y las que seguramente se tomarán en los próximos días, pueden ubicarse en el desgaste de estos tres mecanismos. Nuestros políticos debían prestar más oído al refranero popular, mucho más sabio que los que así se hacen llamar, cuando nos advierte de que la avaricia siempre termina rompiendo el saco.

4 comentarios:

  1. Muy revolucionario te hallo, Carmona, y muy optimista... No pongo en duda que estés bien informado (estoy recordando a Saramago cuando decía que un pesimista es un optimista bien informado), sólo debe ser que yo, a pesar de carecer de información, estoy demasiado pesimista, porque no veo en la calle, como me gustaría, que el pueblo esté llegando al límite del hartazgo. Concedo que sí hay cierto malestar, preocupación, pero no veo a mucha gente dispuesta a pensar en, a pasar por, a plantearse siquiera, una revolución. Y tampoco me alcanza la imaginación para pensar qué forma habría de articular de forma productiva esa revolución que sí pienso necesaria...
    Creo que la estrategia de este gobierno está clara. ¿Puedo? Un año de recortes y asfixia brutales, justificados con la manida frase "no han dejado nada"; al año siguiente, aliviamos ligeramente la presión, sólo ligeramente, pero ello nos ha servido para cargarnos lo público y generar en los usuarios (es fundamental la terminología comercial, como hablar de "la Marca España") la idea de que si quieren calidad, deben acudir a lo privado; al tercero, comenzamos a dar muestras de recuperación, abrimos el crédito, las familias empiezan a consumir porque se empieza a contratar por parte de las empresas de nuestros amigos -a donde hemos empezado a derivar las subvenciones públicas con la excusa de reactivar la contratación y apoyar a los emprendedores-, en cuyas manos hemos ido poniendo los servicios que antes eran públicos; al cuarto año, todo va rodado: se aumenta la contratación privada con los mismos sueldos míseros de los minijobs alemanes, pero la bajada del paro nos permite decir que hemos arreglado el solar que nos dejaron, y... voilà, volvemos a ganar las elecciones. Ojalá me equivoque, pero fuera de este mundillo nuestro, minoritario, sólo veo a mi alrededor gente disfrutando de la victoria del Real Madrid... Siento disentir... Tampoco quiero discrepar..., sólo eso..., ojalá me equivoque y tú tengas razón. De todas formas, quedo a la espera de las siguientes entradas. Saludos.

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    1. Estoy de acuerdo contigo, no discrepas porque aún no se ha llegado a ninguna conclusión. De momento, sólo quería exponer los mecanismos mediante los cuales la democracia previene la revolución. Esta entrada está redactada en futuro condicional, o condicionado, y sí, ya has adelantado una posible respuesta, una conclusión al asunto planteado inicialmente, porque, efectivamente estamos al comienzo de la legislatura y el plan de acción del gobierno es tan claro como dices. Si te fijas, fían su futura victoria electoral en no provocar demasiado desgaste o caída del primero y del tercero de los mecanismos expuestos. Aunque ni siquiera ellos son capaces de vaticinar el alcance social (tasado en descontento)que está provocando tanto recorte. Pero sí, el tiempo y la desmemoria de la clase media (o su inconsciencia de clase, ya veremos) juegan a su favor. Como sabes, este medio, el blog, impone sus propias reglas, y no me permite explicarme en tiempo (tempo), y extensión como me gustaría.

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  2. Curioso que la revolución retórica sea promovida por sectores que han renunciado al riesgo de la contingencia vital a cambio de un empleo del rey con el que medrar y descansar como deseaba el Lazarillo. El mundo al revés.

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    1. Como dicen ahora, las revoluciones siempre han tenido "líderes intelectuales", porque siempre ha sido necesario tomar conciencia de los problemas antes de resolverlos. Y siempre ha sido necesario que la teoría se anticipe, o por lo menos, acompañe a la práctica revolucionaria, porque no se desmonta un mundo injusto sin previa conciencia de la injusticia y sin tener la "idea" de otro más justo que vendrá a sustituirle. De otra forma, más que de revoluciones hablaríamos de insurrecciones, más o menos espontáneas y más o menos caóticas.
      Lo de la "renuncia al riesgo de la contingencia vital" es afirmación arriesgada por elucubrativa, y no digamos ya lo de “medrar” y “descansar”. De todas formas pareces demasiado interesado en utilizar la vieja estrategia de desprestigiar al mensajero porque no te agrada el mensaje, algo que parece confirmar precisamente aquello que criticas, la necesidad de conocimiento en aquellos que, a falta de argumentos, sólo tienen prejuicios. El mundo, lamentablemente, sigue igual.

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