sábado, 25 de mayo de 2013

Las cuatro plagas de África. Segunda Parte.


25 de mayo, día de África. Dos plagas más que unir a las plagas del pasado. Estas se refieren al presente y deberían presentar un futuro, pero el futuro de África está aún encadenado al pasado.

Tercera plaga: Neocolonialismo: En realidad, detrás de este término no se esconde un nuevo colonialismo, sino la perpetuación y prolongación de las viejas formas de explotación económica, aunque, a diferencia de la de antaño, esta explotación no viene impuesta por una situación de dominio político efectivo, sino por la dependencia económica heredada. Cuando las colonias africanas alcanzaron su independencia entre los años 60 y 70 ya se encontraban en la periferia del sistema económico mundial. Y sus economías tenían ya asignado un papel de mero complemento de la economía de los países ricos. De manera que, lo que antes denominábamos, Metrópolis y Colonias, hoy llamamos Centro y Periferia, pero, pocas cosas más han cambiado.

Con la independencia llegó la necesidad de acudir a la financiación exterior para impulsar el desarrollo. Es evidente que la herencia colonial, que había impedido el desarrollo industrial propio e impuesto la exportación de productos y materias primas de escaso valor añadido en un mercado desigual controlado por las grandes multinacionales, empujaba a África a los mismos brazos de aquellos de los que se acababa de liberar. El petróleo crudo o el gas natural es el primer producto de exportación de 4 de los 5 países del Magreb, y de 8 países subsaharianos. Para el resto, los principales productos de exportación son: café, cacao, algodón, tabaco, té, aluminio, uranio, oro y diamantes. (Banco Mundial, 2009). La crisis del petróleo de los 70 tuvo para África, y en general para los países subdesarrollados, un doble efecto. Por un lado, al afectar la crisis a los países ricos del Centro disminuyeron sus importaciones de productos provenientes de África; y por otro, al aumentar el precio del petróleo los países no productores debían ampliar sus monocultivos de exportación para compensar las subidas. De modo que, en un proceso que nosotros, los europeos del sur, conocemos ya muy bien, los países en dificultades que debían acudir a la financiación exterior no la obtenían sino a cambio de unos intereses que hacían del pago de la deuda una empresa insostenible. La deuda africana pasó de 11 mil millones de dólares en los años 70 a 111,8 mil millones en los 80. Es entonces cuando, para terminar de cerrar el cerco sobre África, entran en escena el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional. Éstos aceptan financiar la deuda africana a cambio de la imposición de Planes de Ajuste Estructural, cuyas condiciones y resultados estamos también muy familiarizados los europeos del sur. Se exigen recortes en el gasto público, privatizar empresas públicas, liberalizar completamente el comercio, suprimir las ayudas a los agricultores, aumentar las exportaciones de materias primas y dar prioridad absoluta al pago de la deuda. El resultado ha sido un aumento de la pobreza, y de la deuda. En 1990 ya era de 177,1 mil millones de dólares, y en 2005 subió hasta los 215.607 millones, el equivalente a la mitad del PNB de toda la región. En 2008, la deuda africana estaba ya en 250.000 millones de dólares. Los planes de ajuste deprimen aún más sus economías, los intereses suben y necesitan endeudarse para pagar la deuda anterior. Desde los años 80 por cada dólar prestado África debía devolver 4 y aún dejaba a deber otros 4.

Presupuesto destinado a servicios sociales básicos
en algunos países africanos (1992-1997)
Esta deuda impide el desarrollo de África y la encadena para siempre al servicio de las economías occidentales. En 2004 en África se invertía 15 dólares para el pago de la deuda y menos de 5 en servicios básicos como educación o sanidad.

A estas transferencias “legales” de capital africano hacia los países ricos hay que sumar las transferencias ilegales, el fraude fiscal que cometen las multinacionales que operan en África. Según un informe de Global Financial Integrity, África ha perdido entre 1970 y 2008, 854 mil millones de dólares en impuestos impagados. Sólo entre 2000 y 2008, 437 mil millones. Como se ve, cantidad más que suficiente para pagar la deuda de toda África. Los métodos de evasión de impuestos los conocemos también muy bien, porque los favorece el mismo sistema económico que ha puesto el mundo a su servicio a través de la libertad de movimiento de capitales y de la existencia y protección de paraísos fiscales. Por ejemplo, la empresa que extrae el cobre de Zambia, Mopani Cooper Mine, vende el cobre a un precio por debajo del coste de extracción a otra empresa del grupo domiciliada en Suiza. Declara así menos ingresos en Zambia con lo que paga menos impuestos.

La liberalización del comercio impuesta a África está suponiendo una verdadera sentencia de muerte para los pequeños agricultores autóctonos porque sus productos quedan completamente desprotegidos frente a la competencia de los productos que llegan de Estados Unidos o de la Unión Europea, pues sus agricultores y sus productos sí reciben subvenciones para abaratar los costes y mejorar la exportación. En Kenia, la importación de productos europeos ha aumentado un 84%. La industria del tomate envasado de Ghana tampoco puede competir con los tomates subvencionados de Italia y España, e importa cada año unas 10.000 toneladas. La Unión Europea ha establecido desde el año 2000 Acuerdos de Asociación Económica con distintos países de África en los que, a cambio de ayuda económica para infraestructuras y otros sectores, se les exige reducir los aranceles a todos los productos europeos. Evidentemente, esto empuja al pequeño campesino a la ruina y a la emigración. El levantamiento de la protección arancelaria, puede suponer también para algunos países una merma considerable de sus ingresos. En Uganda, por ejemplo, los ingresos provenientes de las tasas aduaneras podían suponerle hasta el 50% de total.

La ruina de los pequeños agricultores autóctonos corre paralela a otro fenómeno: el acaparamiento de tierras por parte de multinacionales, y entidades financieras de los países desarrollados y de los emergentes para destinarlas al cultivo de biocombustibles. Según la FAO, sólo en Etiopía, Ghana, Madagascar, Malí y Sudán se ha cambiado el uso de 2,4 millones de ha. desde el 2004 para dedicarlas al cultivo de los biocombustibles; caña de azúcar, maíz o sorgo para la fabricación de etanol, o palma aceitera para la producción de biodiesel. Un informe del Banco Mundial de 2010 asegura que en ese año unos 42 millones de hectáreas de tierras en el mundo han estado bajo interés de los inversionistas, más del 75% (32 millones de hectáreas) se encontraban en África Subsahariana. Los principales inversionistas internacionales son los Estados del Golfo Pérsico, China y Corea del Sur entre lo emergentes; e Italia, Noruega, Alemania, Dinamarca, el Reino Unido, Francia y España entre lo europeos.

Ejemplos de acaparamiento de tierras
De esta manera, en los últimos 5 años la producción de cereales ha crecido un 8%, pero más del 80% de este aumento se ha destinado a la producción de biocombustibles. Además, desde la crisis financiera de 2008, en los Estados Unidos se permitió especular con las materias primas alimentarias, lo que ha supuesto un incremento espectacular de los precios. En 2011, el Parlamento Europeo responsabilizaba a la especulación del 50% de la subida en el precio de los alimentos. El precio de maíz aumentó un 74%, y el del arroz un 166%. Según el Manco Mundial, este aumento ha empujado a 70 millones de personas en todo el mundo a la extrema pobreza.

Las deudas, la pérdida de tierras, la huida de capitales, el encarecimiento de los alimentos, el intercambio desigual que deja indefensos los productos africanos frente a la competencia exterior, y el hecho de que los precios de los principales productos de exportación estén controlados por las multinacionales hacen de la pobreza de África un mal endémico e irresoluble que tiene su cara más perversa en la explotación infantil. Según el último informe de la OIT de 2010, el África subsahariana es la única región donde el trabajo infantil ha aumentado en los últimos años, pasando de 49,3 millones en 2004 a 58,2 millones en 2008, un incremento cercano al 30%. Seis de los diez países con más índice de trabajo infantil son africanos: Somalia, Sudán, República Democrática del Congo, Zimbabue, Burundi y Etiopia. En el Congo trabajan más de dos millones de menores en las minas de coltán, un  mineral imprescindible para la industria tecnológica de Occidente; en Kenia, en la temporada de la recogida del café hasta el 30% de los cosechadores tienen menos de 15 años; y en Costa de Marfil la mayor parte de la mano de obra que trabaja en las plantaciones de cacao son también niños. De Costa de Marfil es el 40 % del cacao que se consume en el mundo, aunque el mercado está dominado por empresas de Suiza, Alemania y Estados Unidos. En 2010 Miki Mistrati, director de cine danés, recorrió 17 plantaciones de cacao en Costa de Marfil y denunció en un documental titulado El lado oscuro del chocolate el sistemático secuestro de niños para emplearlos como mano de obra en jornadas de hasta 12 horas diarias. El dueño de la empresa SAF-Cacao, que suministra el cacao a Nestlé, Kraft Foods, ADM, Ferrero y Mars, al escuchar las acusaciones que se le hacían dijo: "¿Se imagina la catástrofe global que se produciría si la gente dejara de comprar nuestro cacao al saber del tráfico de niños? No jueguen con esas palabras, porque nos arruinan”. Desde luego, una buena muestra de cómo funciona el círculo vicioso de la pobreza, en donde, ni las víctimas tienen claro ya si la ruina la causan quienes denuncian los abusos o quienes los cometen.

Cuarta plaga: Olvido. En 1972 los países más ricos de la ONU se comprometieron a donar el 0,7% de su PIB como ayuda  al desarrollo. Han pasado más de 40 años y sólo 5 países en el mundo han llegado a ese 0,7%: Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Suecia y Noruega. En 2008 España llegó al 0,5%, pero en 2012 la ayuda ha caído al 0,15%. Estados Unidos y Japón nunca han superado el 0,2% de su PIB, y la ayuda de los 23 países que forman el Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD), en 2011, llegó de media al 0,31%. En total se destinaron unos 103.000 millones de euros de ayuda al desarrollo. Casi la cifra del rescate bancario español de 2012. Como, al parecer, resolver la pobreza en el mundo le parece a los países ricos una empresa demasiado ambiciosa, en septiembre del 2000 se celebró la Cumbre del Milenio en el que se fijaron metas más modestas que debían alcanzarse en 2015. La ONU publica cada año un informe en el que hace un seguimiento del grado de cumplimiento de estos objetivos, en los que, es verdad, se constatan algunos avances, pero no hay que olvidar que la erradicación de la pobreza no es una prioridad de los países ricos. En un informe publicado en 2006, la Coordinadora de ONG para el Desarrollo en España denunciaba, por ejemplo, que en el año 2000, cada vaca de la Unión Europea recibió 760 euros en subsidios mientras cada persona en África subsahariana recibió poco más de 6 euros de la ayuda de la UE. Además, si mejorar la Salud básica y la nutrición en todo el mundo tiene un coste de 13.000 millones de dólares al año, Europa y Estados Unidos gastan 17.000 millones en comida para mascotas. Por último, el informe denunciaba cómo los 819.000.000 de euros anuales de subvención que reciben de la UE 6 refinadoras de azúcar permitían inundar de azúcar los mercados de los países pobres a precios muy bajos. Si las reglas del comercio mundial fueran más equitativas, en Mozambique y Zambia, el sector azucarero podría crear 30.000 nuevos puestos de trabajo.

Índice de Desarrollo Humano, 2011
Dicho de otra manera, la Ayuda al Desarrollo permite a los países ricos presentarse ante el mundo como preocupados por la pobreza y el hambre en el mundo mientras dejan intactas las causas que lo provocan, e incluso siguen aprobando reglas y políticas que refuerzan el control económico global, perpetuando la pobreza y haciendo completamente ineficaz cualquier tipo de ayuda. Incluso podría decirse más. La Ayuda al Desarrollo es un mecanismo más de neocolonialismo, aunque mucho más refinado y sutil. Por ejemplo, una parte importante de la Ayuda al Desarrollo está vinculada a los intereses económicos, estratégicos o políticos del país donante. Según un informe de la OCDE de 2007, casi la mitad de la ayuda se destinaba a países de renta media, y la otra mitad a los países más pobres. España dedica el 50,6% de la ayuda a países de renta media; entre sus beneficiarios, por ejemplo, figuran Turquía y China. Y la ayuda a África está también asociada a sus intereses comerciales. Un informe de Veterinarios Sin Fronteras denunciaba cómo se utilizaban estas ayudas para desarrollar el sector pesquero de algunos países del África Occidental, específicamente el Programa Nauta, por el que se financian proyectos de investigación marina, acuicultura, y pesca en países como Mauritania, Senegal o Mozambique, con los que España mantiene relaciones comerciales y de explotación de recursos pesqueros.

Por otro lado, una buena parte de la ayuda a los países subdesarrollados es ayuda ligada, es decir, condicionada a la compra de bienes y servicios del país donante, por lo que se utiliza como medio para resolver problemas de sobreproducción y para aumentar las propias exportaciones, sin tener en cuenta las necesidades del país receptor. Estos productos, importados a la fuerza, al ser más caros que los de origen local, encarecen la oferta de bienes y servicios en los países en desarrollo, y pueden ser responsables de hasta un 30% en la subida de precios (OCDE, 2001). En 2006, todavía el 42% de la ayuda al desarrollo prestada por los países del CAD era ayuda ligada. Uno de los ejemplos más escandalosos de cómo esta ayuda se utiliza en beneficio propio sin tener en cuenta las necesidades ajenas es la obligación de comprar material militar al país donante. España, por ejemplo, utilizó los Fondos de Ayuda al Desarrollo (FAD) para vender armamento y material militar a Mozambique, Uganda, Angola y Somalia entre 1980 y 1990 por valor de 61.677 millones de las antiguas pesetas. Todavía en 1992 se cargaron a los créditos FAD la venta de material militar a Angola por valor de 708 millones de pesetas. A partir de ese año España ingresó en el Comité de Ayuda al Desarrollo y renunció a utilizar los créditos FAD para la exportación de material militar, pero eso no ha eliminado la deuda contraída por esos créditos. En el caso de Somalia, la totalidad de la deuda que tenía con España en 2007, 22,63 millones de euros, provenía de dos créditos FAD otorgados al dictador Mohamed Siad Barre. Angola es el 6º país más endeudado con el Estado español, con un total de 333,84 millones de euros; 103,70 millones de euros corresponden a deuda FAD otorgados durante la primera fase (1975-1991) del conflicto armado en Angola entre la MPLA (Movimiento Popular para la Liberalización de Angola) y la UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola), vinculados a la compra de  instalaciones, vehículos y aviones militares, todos ellos exportados y construidos por empresas españolas. Como se ve, no tiene ningún sentido, al menos no si otorgamos sinceridad a la Ayuda al Desarrollo. En 2003 Etiopia, Uganda y Camerún pagaron a España 23,5 millones de euros en concepto de devolución de intereses por los créditos FAD, 6 veces más de lo que recibieron en donaciones, 3,6 millones (Intermón Oxfam, 2003). Pero sí tiene sentido si pensamos en la ayuda al desarrollo y en estos créditos en términos de neocolonialismo y de estricto beneficio económico para el país “donante”. Y aquí es donde los créditos CESCE encajan a la perfección. CESCE (Compañía Española de Seguros de Crédito a la Exportación) es una Agencia de Crédito a la Exportación de carácter mixto, compuesta por un 50,25% de propiedad pública y un 49,75% de propiedad privada (con participaciones de bancos como el Banco Santander Central Hispano, o el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria) que depende del Ministerio de Economía mediante la Secretaria de Estado de Comercio y Turismo. Esta compañía asegura las exportaciones e inversiones de una empresa española ante posibles impagos. El funcionamiento es sencillo. El empresario convence a un banco para que conceda créditos a empresas de países en vías de desarrollo para que puedan adquirir sus productos. El banco contrata un seguro con CESCE, y así, si el impago se produce, el banco cobrará la deuda a CESCE con lo que ni el empresario ni el banco arriesgan nada.  Y el país subdesarrollado deberá hacerse cargo de la deuda, que deberá pagar a CESCE. Según el Observatorio de la Deuda en la Globalización de Cataluña, junto a los créditos FAD, CESCE constituye el segundo mecanismo de  generación de deuda externa de los países empobrecidos con el Estado español. En 2009, CESCE era responsable de 40% de la Deuda externa que tienen estos países con España. De los 333,84 millones de euros de la deuda antes mencionada de Angola, 230,14 millones de euros es deuda CESCE.

De modo que, para el mundo rico, los beneficiados de la Globalización y de este nuevo colonialismo que pone al resto del mundo a sus pies no es una prioridad erradicar la pobreza. En 1994 James Tobin calculó que con sólo aplicar un impuesto del 0,5% a las transacciones financieras se habría obtenido ese año un billón y medio de dólares. Esa cantidad era más que suficiente para erradicar la pobreza en el mundo, dado que para reducirla a la mitad en 10 años sólo se necesitaban 135.000 millones de dólares anuales (el 0,5% del PIB de los países ricos en el 2005). Pero, hoy, casi a las puertas de 2015, la fotografía que obtenemos de África, el continente del reparto, es desoladora: África subsahariana es la región más pobre del planeta. Su esperanza media de vida es de 46,3 años, el índice de escolaridad del 44%, más de la mitad de sus población sobrevive con menos de 1 dólar al día, 24 países se enfrentan a emergencias alimentarias, según la FAO, el 33% de la población subsahariana está subalimentada y 239 millones de personas pasan hambre, el 58% no tiene acceso al agua potable; 2,3 millones de personas mueren al año de SIDA y unas 2.800 al día de malaria; las dictaduras y las guerras han provocado 20 millones de desplazados dentro de su propio país y 6 millones de refugiados que se hacinan en campamentos ubicados en países vecinos…

Pero no hay prisa. La crisis ha desplomado la Ayuda al Desarrollo hasta el 0,29% de media en los 23 países del CAD. Quizá haya que revisar los plazos que estimaba la ONU en 2005 para acabar completamente con la pobreza en el planeta dados los ritmos y los esfuerzos de entonces, cuando todavía éramos ricos y ninguna crisis nos servía de coartada para hacer menos: “Pasarán más de 130 años hasta que se haya eliminado el hambre en el mundo. Salvo que la situación mejore, el África subsahariana no conseguirá hasta 2129 lograr la educación primaria universal, hasta 2147 reducir la pobreza absoluta a la mitad y hasta 2165 reducir la mortalidad infantil en dos tercios".

Quizá nunca acabemos con la pobreza en el mundo, pero ya sabemos por qué no se acaba con la pobreza en el mundo. Pensar cada 25 de mayo en África puede ser una buena forma de no olvidarlo.

viernes, 3 de mayo de 2013

Las cuatro plagas de África. Primera Parte.


El 25 de mayo es el Día de África. Se conmemora la fundación de la Organización para la Unidad Africana el mismo día de 1963. Es un día para pensar en África, es un día para recordar las cuatros plagas que ha sufrido África en los dos últimos siglos, porque, aunque parezca mentira, muchos europeos las han olvidado ya. Otros muchos no quieren oír hablar de ellas, otros las niegan sin conocerlas, y no faltan quienes se refugian detrás de cierta retahíla infantil que viene a decir algo así como, “yo no fui, yo no estuve allí, yo no tengo por qué sentirme responsable de nada, yo no tengo por qué hacer nada”, como si los procesos históricos, y sus secuelas, pudieran encerrarse en los estrechos límites vitales de un individuo.

Por eso hay que recordar que África sufrió y sufre cuatro plagas, a cuál de ellas más dañina: Colonización, Descolonización, Neocolonialismo y Olvido. Quizá sea ésta última la que más duele, porque arrastra a las tres primeras al mismo vacío, y sirve para dar la espalda al mismo continente que antaño se disputaban los europeos en una carrera, decían, por llevar la civilización y el progreso, pero no fue así. Como escribe el historiador Antonio Fernández, el colonialismo, “en el continente del reparto, África, las consecuencias a largo plazo fueron indudablemente nefastas”.

Primera Plaga. Colonialismo: A pesar de esta pretendida misión civilizadora que se arrogaron los europeos, las causas del colonialismo nada tenían que ver con la filantropía, sino con las necesidades propias de Europa, cuya revolución tecnológica e industrial había propiciado a lo largo del siglo XIX un crecimiento sin precedentes. Así de claro las expuso Jules Ferry, primer ministro francés en 1885: “La política colonial se impone en primer lugar en las naciones que deben recurrir a la emigración, ya por ser pobre su población, ya por ser excesiva. Pero también se impone en las que tienen superabundancia de capitales o bien un excedente de productos; esta es la forma actual, más extendida y más fecunda”. Y África estaba, casi literalmente, a los pies de Europa, ofreciendo en sus vastos territorios todo lo que Europa demandaba: mercados exclusivos cerrados a la competencia, lugares donde asentarse, materias primas…Para evitar conflictos entre las potencias europeas, entre 1884 y 1885 se celebró la famosa Conferencia de Berlín. Los catorce países que asistieron acordaron, entre otras cosas, que las reclamaciones sobre futuros territorios en África debían hacerse sobre la base de una ocupación efectiva. La Conferencia daba así el disparo de salida en la carrera por el reparto de África. Sólo había un pequeño problema: en África había gente que, al parecer, se resistía a ser “civilizada” por los europeos, y ofrecieron una feroz resistencia desde el principio a ser “repartidos”. Los argelinos, por ejemplo, se resistieron durante 40 años a los franceses. Los europeos debieron emplearse con fuerza también en Marruecos, Sudán, Guinea, Senegal, Ghana, Malí, Níger, Chad o Tanganika. Como afirma el historiador Miguel G. Orozco: “La resistencia a la ocupación europea fue la tónica en todos y cada uno de los territorios coloniales. Para someter a los africanos, los europeos hubieron de exterminar a cientos de miles, quizá millones de ellos. El empleo de la fuerza, la presencia de poderosos ejércitos coloniales, de cañones, fusiles, ametralladoras, barcos de guerra, etc., es la gran constante en el periodo del reparto”. Pongamos un solo ejemplo: En 1904 los pueblos Herero y Nama se rebelaron contra las autoridades coloniales alemanas que gobernaban el sudeste de África (hoy Namibia). Entre 1904 y 1907, cerca de 100.000 personas fueron asesinadas (75% de los Herero y 50% de los Nama) por los invasores coloniales alemanes a través de la violencia directa, por hambre y por el envenenamiento deliberado de los pozos de agua. Naciones Unidas considera a esta matanza el primer genocidio del siglo XX.

África en 1914
Hacia 1914 el pastel Africano ya ha sido repartido y ocupado entre siete países de Europa. Sólo han quedado Liberia y Abisinia. De los 54 países del África actual, unos 25 estaban en manos de Inglaterra y Francia, el resto han caído bajo el poder de Alemania (que los perderá tras la Primera Guerra Mundial), Portugal, España, Italia (perdidos tras la Segunda Guerra Mundial) y Bélgica. La explotación económica es la primera preocupación de los colonizadores. Las colonias proporcionaban materias primas a las metrópolis; algodón, caucho, arroz, azúcar, hierro, bauxita, zinc, oro…y luego debían comprar los productos manufacturados, más caros, pues no se les permitía la industrialización. Además, la introducción del monocultivo de exportación redujo las tierras destinadas a producir bienes de primera necesidad. Es verdad que también se construyeron puertos, ferrocarriles, escuelas y hospitales, pero no hay que olvidar que todo ello tenía por objeto facilitar la administración y la explotación de las colonias, y posibilitar la creación de una masa de población indígena occidentalizada y subalterna. Hacia 1936, por ejemplo, en Kenia, los ingleses dedicaban 44 céntimos per cápita para la educación del negro, mientras dedicaban 800 chelines para la del blanco. En otros lugares los niños eran considerados simple mano de obra. En Angola, cuando hacía falta mano de obra para trabajar en las minas o en las plantaciones, el gobierno portugués obligaba a la población indígena que aparentase tener más de 10 años a demostrar que había trabajado en los seis meses anteriores o que estaba trabajando en ese momento, si no era así, eran enviados a hacer trabajos forzosos. El descenso de la mortalidad que conllevó la introducción de la medicina moderna, al tiempo que se mantenía la pobreza generalizada de la población, mantuvo la natalidad en niveles muy elevados y eso ha provocado un rápido crecimiento de la población en África. En 1901, por ejemplo, se contabilizaban 187.600 habitantes negros en Rhodesia del Sur (Zimbabue); en 1970 la población ya era de 5.400.000 habitantes.

Es evidente que los colonizadores no previeron las consecuencias de la introducción en África de las estructuras económicas modernas sobre un sustrato tradicional, agrario y de subsistencia, sin apenas vínculos ni lazos de unión entre ellos. Es más, ni siquiera les importaba si esto traería o no consecuencias. La economía colonial no favoreció el crecimiento de las colonias, sino el crecimiento de los sectores y compañías que habían monopolizado la explotación de determinados productos, controlados por extranjeros y dedicados a la exportación. De manera que las colonias africanas perdieron su independencia y su autonomía para quedar integradas en un circuito de intercambio desigual que se perpetúa hasta nuestros días. Por si esto fuera poco, las fronteras políticas de las colonias que trazaron los europeos no tenían en cuenta la variedad étnica que cada colonia unía o separaba. Así por ejemplo, los hausa quedaron separados entre Nigeria y Níger, o los ewe entre Ghana y Togo. En otros casos se reunieron etnias rivales sembrando con ello la semilla de los conflictos que llegarían con la independencia política de los países africanos, pues debían asumir las mismas fronteras artificiales que se les impusiera en la etapa colonial. Las guerras de Nigeria, Kenia, Zaire (R.D. del Congo) y el genocidio de Ruanda y Burundi son sólo algunos ejemplos de la segunda plaga que asoló África, ya en la segunda mitad del siglo XX.

La Descolonización de África
Segunda Plaga. Descolonización: Después de la Segunda Guerra Mundial llegó esta plaga a África. La debilidad de Europa después de la Guerra, el apoyo decidido de las Naciones Unidas a la “autodeterminación de los pueblos”, y el despertar de los nacionalismos en las colonias son algunos de los factores que convertían su administración y dominio en una carga incómoda para las antiguas metrópolis. Y fueron marchándose poco a poco. Entre 1952 y 1956 lograron su independencia los países islámicos del Magreb. Prácticamente la totalidad del África Subsahariana consiguió su independencia entre 1952 y 1962, y hasta 1975 el resto. Pero los europeos no estaban dispuestos a marcharse así como así. No sin antes asegurarse, o intentarlo al menos, prolongar la explotación económica bajo formas menos visibles que en su etapa de dominio, contando incluso con el beneplácito, forzado o consentido, del nuevo gobierno. La mayoría de los países africanos consiguieron su independencia por esta vía, mediante el entendimiento de la metrópoli con la burguesía autóctona o con las autoridades indígenas locales. Aunque estos gobiernos títeres no duraran mucho y fueran derrocados y sustituidos por dictadores, que aún podían seguir presentándose como “amigos de Occidente” siempre y cuando respetaran sus intereses. El caso de Libia es ejemplar. Los Aliados se hicieron cargo de su administración después de la derrota italiana en la Segunda Guerra Mundial hasta 1951. Conseguida su independencia en este año, se instauró una monarquía apuntalada por los occidentales a cambio de la explotación de su petróleo. Pero en 1969 el coronel Gadafi dio un golpe de estado e instauró una dictadura que ha llegado hasta nuestros días.  La lista de dictadores africanos es, sin embargo, larga y compleja. En los últimos 50 años África ha sufrido 186 golpes de estado y 26 guerras. Como afirma el periodista de Burundi, Alexis Sinduhije, la dictadura “es el monstruo concebido por Occidente para reemplazar la colonización en África” con una misión específica, "impedir la progresión del comunismo en el continente”.

Porque, África, como Asia, fue también escenario de la Guerra Fría, y las luchas de sus pueblos por su independencia sacudiéndose el yugo del capitalismo que los había explotado durante siglos sólo podía ser interpretado por los halcones de las cancillerías occidentales como un acercamiento a la órbita soviética, y se opusieron a ello con todas sus fuerzas. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en Kenia y en Argelia. En esta última Francia reprimió con sangre y fuego las manifestaciones del 8 de mayo de 1945 que se sucedieron por todo el país pidiendo su independencia. Con un saldo de 45.000 muertos en la calle, el gobierno francés dejaba claro que la lucha armada era el único camino posible. Entre 1954 y 1962 se desarrolló la guerra de liberación, en donde Francia desplegó a casi medio millón de soldados que practicaron una guerra de desgaste y de exterminio, dejando como resultado cerca de 1.500.000 de argelinos y unos 300.000 franceses muertos.

Muy a menudo las metrópolis quisieron hacer inviable la independencia creando federaciones de estados, y provocando divergencias entre las fuerzas políticas y étnicas implicadas en el proceso. De esa manera justificaba su presencia como necesaria para pacificar la zona o mediar en el conflicto, aunque la mayoría de las veces se trataba de apoyar a una de las partes en litigio para obtener ventajas económicas una vez conseguida la independencia y consolidado el nuevo estado. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en Nigeria, Somalia y el Congo Belga. En Nigeria tuvo lugar la Guerra de Biafra (1967-1970) por el intento de secesión de la etnia Ibo que vivía en el sudeste del país. Éstos recibieron apoyo de la compañía inglesa Shell British a cambio de concesiones en la explotación de petróleo y de estaño. En el Congo (R.D. del Congo) se proclamó una República en 1960 contraria a los intereses occidentales. Bélgica y Estados Unidos promovieron y apoyaron entonces la secesión de la región minera de Katanga. Entre las compañías que apoyaban la secesión estaban la Sociedad General de Bélgica, que controlaba el 70% de los recursos de la zona, y la Unión Minera del Alto Katanga. En agosto de 1960 la CIA dio el visto bueno al asesinato del nuevo presidente congoleño, Patricio Lumumba, que fue ejecutado el 17 de enero de 1961. La crisis se resuelve, en principio, con la entrada en el gobierno, en 1963, del secesionista Moise Tshombe,  “el amigo de Occidente”, quien pondrá a salvo los 4.000 millones de dólares que había invertido la Unión Minera en Katanga.

El Sahara y el muro construido por Marruecos
para defenderse del Frente Polisario
Hemos dejado para el final la última de las “despedidas vergonzosas”, la protagonizada por España en el Sahara Occidental. En vez de satisfacer las aspiraciones del nacionalismo saharaui de formar un estado propio, aspiraciones respaldadas incluso por la ONU, España cedió a las pretensiones de Marruecos sobre la antigua colonia a cambio de olvidarse para siempre de Ceuta y Melilla. En el Consejo de Ministros del 17 de octubre de 1975, ya con Franco gravemente enfermo, se decide entregar el Sahara y dividirlo entre Marruecos y Mauritania. La entrega se formaliza en el Tratado de Madrid firmado el 14 de noviembre de 1975. La ley de Descolonización del Sahara la firmó el Jefe del Estado en funciones, el príncipe Juan Carlos, el 19 de noviembre y se publicó el día 20. El Frente Polisario, formado en 1973 y brazo armado del nacionalismo saharaui, proclamó de forma unilateral la República Árabe del Sahara en 1976, iniciando la lucha por la liberación. Mauritania abandonó su parte en 1979, pero la estrecha franja que ocupaba en el sur ha sido ocupaba por Marruecos. Como afirma David Solar, historiador, periodista y corresponsal en el Sahara en esos años, “España cometía una infamia histórica, que nadie ha querido aclarar porque hiede, y dejaba abierta una guerra que aún ensangrienta la región”.