jueves, 8 de agosto de 2013

El Estado de las Autonomías (II): Esfuerzo público y desarrollo regional.

Esta crisis se está llevando por delante muchas cosas, demasiadas. Muchas de ellas las creíamos tan firmemente asentadas, tan consolidadas, que era difícil creer que el deterioro alcanzase a los fundamentos mismos de nuestra democracia: El Estado del Bienestar y las instituciones encargadas de garantizarlo. Pero hoy, al amparo de la crisis, se ha instalado en una buena parte de la ciudadanía la crítica al Estado de las Autonomías diciendo que es inviable, que nos sale demasiado caro, que aquello del “café para todos” fue un error y que sería mejor deshacer semejante mosaico de miniestados para crear uno solo que, sin duda, nos saldría más barato. A menudo quienes así piensan lo hacen con más pasión que información, como quien busca un culpable al que pueda atribuir esos excesos que nos dicen hemos cometido “viviendo por encima de nuestras posibilidades”. Sin duda el Estado de las Autonomías es mejorable y la crisis puede servir para emprender esas reformas (eliminar duplicidades administrativas, mejorar la financiación…), pero de ninguna manera las Autonomías han provocado la crisis. Sería tanto como admitir que el federalismo lleva implícito en sus principios el fracaso económico y que, por tanto, Alemania, Suiza, Australia o Canadá, deberían estar también en crisis, y que los estados centralizados como Italia o Francia no deberían estarlo. Debemos aprender por tanto a distinguir entre los principios que rigen las instituciones y las personas encargadas de su gestión y su administración. Dicho de otra manera, el derroche, los gastos innecesarios, la corrupción…afecta a las personas y no es exclusivo de un solo tipo de administración.

De modo que el debate sobre la viabilidad o no del Estado Autonómico hay que sacarlo del contexto actual de crisis y devolverlo al que realmente le pertenece, y que podría resumirse en la siguiente pregunta: ¿El Estado federal, o autonómico, propicia un desarrollo económico y social mayor que el que podría proporcionar un modelo de Estado centralizado? La discusión es interminable y no proporciona respuestas concluyentes, de hecho, ejemplos hay de estados avanzados y desarrollados en cualquiera de los dos modelos, por lo que no parece ser un factor determinante. Pero la teoría del federalismo fiscal sí confiere más eficacia a la regionalización de la función asignativa del Estado. Mientras que las funciones de estabilización (normas regulatorias del mercado, del mercado laboral, etc.) y la redistributiva (a través de los impuestos) se reservan al gobierno central porque afectan al conjunto del país, la asignación de servicios directamente a los ciudadanos se cede a los gobiernos regionales porque éstos pueden ajustar mejor los servicios a las necesidades y las demandas de sus beneficiarios.

Fig.1: Regiones de Objetivo 1
Es muy difícil evaluar en qué medida este modelo de organización territorial ha sido mejor, o no, para España. Sin duda, y hasta la irrupción de la crisis, España ha avanzado mucho económica y socialmente desde 1979, y a ello ha contribuido el contexto económico internacional. Conviene recordarlo para subrayar lo difícil que es aislar el Estado de las Autonomías y su relación con el desarrollo económico nacional, pues si tenemos que reconocer las ventajas de este contexto, no nos haríamos justicia si no reconociéramos también sus inconvenientes. Así, el Estado de las Autonomías no terminó de construirse hasta 1983, con la aprobación de las autonomías para Extremadura, Baleares, Madrid y Castilla y León, pero sólo tres años más tarde, en 1986, España ingresó en la Unión Europea, de manera que las funciones antes mencionadas de estabilización y redistribución fueron en gran parte cedidas a las instituciones europeas, una delegación de la soberanía económica que se ha acentuado en estos últimos años. En cualquier caso, España empezó a recibir ayudas desde su ingreso en la Unión de los Fondos Estructurales (FEDER, FEOGA, FSE, IFOP): 540 millones de euros de media anual entre 1986 y 1988; 2.400 millones de media en el periodo 1989-1993. A partir de 1993 se ponen en marcha los recortes en el gasto público para cumplir con los criterios de Convergencia acordados en Maastricht, pero para compensar aumentaron las cuantías de los Fondos Estructurales, a los que había que sumar los Fondos de Cohesión, de manera que entre 1994 y 1999 España recibió 5.900 millones de euros de media anual, cifra que subió hasta los 8.900 millones en el periodo 2000-2006. En total, entre 1986 y 2006 España puede haber recibido unos 118.000 millones de euros de los fondos europeos (Dirección General de Fondos Comunitarios, Ministerio de Economía y Hacienda). Y esta ayuda, no hay que olvidarlo, es siempre ayuda regionalizada, enmarcada en la política europea de corrección de las desigualdades territoriales como condición necesaria para el buen funcionamiento del mercado único y la unión monetaria. España tenía pues el soporte administrativo idóneo para recibir y administrar estas ayudas. Desde el año 2000 los Fondos Estructurales atienden al cumplimiento de distintos objetivos. El objetivo 1, conocido como objetivo de convergencia, está destinado a favorecer el desarrollo de aquellas regiones cuyo PIB per Cápita sea inferior al 75% de la media europea, y supone casi el 70% de la totalidad de los fondos estructurales. Al principio del periodo once Comunidades entraban en este objetivo: Andalucía, Extremadura, Galicia, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Murcia, Asturias, Ceuta, Melilla, Comunidad Valenciana y Canarias (fig. 1). En 2009 sólo 4 Comunidades seguían recibiendo ayudas por este motivo: Andalucía, Extremadura, Galicia y Castilla-La Mancha.

Pero el año 2000 fue también el año en el que se adoptó el euro como moneda única. Como todas las monedas tienen dos caras, el euro no iba a ser menos. La ventaja más evidente para la economía española fue la reducción de los intereses que se pagaban por la deuda pública en los mercados financieros. Así el interés medio de las letras pasó del 12,8% en 1992 al 3,16% en 2006; el de los bonos bajó del 13 al 3,15%, y el de las obligaciones bajó del 11,4 al 5% en ese mismo año. Pero el euro ha supuesto también la pérdida para España de la autonomía monetaria y de los mecanismos tradicionales de ajuste en caso de crisis, como la posibilidad de devaluación, o de decidir sobre el tipo de interés. Desde 2011, Bruselas además ejerce un estricto control sobre los presupuestos nacionales exigiendo reducir el déficit público, y esa exigencia es trasladada desde el gobierno central a las Autonomías, dado que la Administración Central sólo gestiona el 22% del gasto público total, el resto corresponde a las Autonomías (36,2%), la Seguridad Social (29%), y los ayuntamientos (12,8%), según datos de 2008. Pero, como ya se demostró en otro lugar[1], el crecimiento del déficit público y de la deuda no han sido la causa de la crisis, sino su consecuencia, agravada por el hecho de que España, como el resto de países de la eurozona, se ha endeudado en una moneda que no controla. Países federales con autonomía monetaria y presupuestaria están sorteando la crisis con bastante más éxito que en Europa. El Estado de Nevada sufrió una crisis similar a la europea provocada también por una burbuja inmobiliaria que estalló con la caída de Lehman Brothers, pero los gastos sociales han sido asumidos por el gobierno americano.

Fig.2: Gasto público en relación al PIB, UE-15, 2006
Este es el contexto del que tenemos que hacer abstracción para aislar y evaluar el éxito o el fracaso de nuestro Estado de las Autonomías. Y quizá la pregunta que hay que hacerse no es si España hubiera crecido como lo ha hecho con o sin Autonomías, sino si ciertas regiones, ciertas Autonomías, hubieran crecido como lo han hecho si no hubieran tenido capacidad para decidir en qué partidas, actividades o servicios debían invertir. Las ayudas europeas estaban vinculadas a la realización de proyectos concretos y suponían un 30% de media del gasto público total en las Comunidades del objetivo 1, de manera que para el restante 70% sí disponían de plena autonomía de gestión (Comisión Europea. Dirección General de Política Regional, 2005). Este camino nos conduce a otra polémica no exenta de sesgo ideológico, y quizá más real y más acertada que aquella que pretendía establecer un vínculo entre modelo de organización territorial y desarrollo económico; este, por el contrario, lo hace entre desarrollo y gasto público. El premio nobel de economía Joseph Stiglitz no tiene ninguna duda: “La viabilidad del conjunto de nuestra economía depende enormemente de un sector público que funcione adecuadamente (…) el gobierno aporta la infraestructura intangible y tangible que permite que funcionen una sociedad y una economía. Si el gobierno no aportara las carreteras, los puertos, la educación o la investigación básica las empresas corrientes no podrían prosperar”. El gasto en infraestructuras de comunicación y transporte ejerce un efecto multiplicador, pues mejora la productividad y aumenta el valor de la región donde se hace la inversión así como en las regiones colindantes. Invertir en educación es invertir en capital humano; a medio y largo plazo aumenta la oferta de mano de obra cualificada, y puede también estimular la economía por el lado de la demanda, pues sus hábitos de consumo están ajustados a los propios de una economía terciarizada (ocio, turismo, cultura, tecnología…); la inversión en I+D+i puede mejorar la competitividad de las economías y de las empresas, estimula la competencia, y sus hallazgos pueden ser fundamentales para mejorar la calidad de vida de las personas. Por otro lado, un Estado del Bienestar fuerte (sanidad, desempleo, jubilación…) es el mejor y más eficaz mecanismo de seguridad colectiva a medio y largo plazo que tiene consecuencias indudables en la demanda de bienes y servicios a corto plazo. Pues la sociedad así protegida aumenta su consumo en vez de ahorrar para protegerse. Como afirma Stiglitz, para aumentar el consumo y con ello la actividad económica hay que poner dinero en los bolsillos de la gente que no tiene más remedio que gastarlo. Además, no hay que olvidar las transferencias de capital que el sector público realiza al sector privado, ya sean directas, a través de subvenciones y ayudas de todo tipo; como indirectas, aquellas que se encuentran en el sistema tributario y que benefician a empresas y particulares mediante las desgravaciones y las deducciones en los impuestos.

Los datos respaldan el vínculo entre gasto público y desarrollo económico. En las últimas décadas todos los países de la OCDE han ido aumentando su gasto público hasta situarlo en valores por encima del 50% del PIB. Durante los años 60 y principios de los 70 el gasto público en España estaba en valores cercanos al 25%. Pero a partir de 1977 se inicia un progresivo aumento hasta situarse en el 45% en 1991 (Banco de España, 1992). A partir de ese año el gasto público desciende por exigencias de Maastricht, y durante toda la década, y hasta 2007 se había mantenido en valores cercanos al 38%, casi 10 puntos menos que la media de la UE-15, (fig.2). Estábamos en el penúltimo lugar de la tabla, sólo superados por Irlanda. Ha sido la crisis, especialmente los rescates a la Banca, los que han vuelto a elevar el gasto público. En 2010 Irlanda encabezaba ya la tabla con un 67% de gasto público sobre el PIB, y España volvió a alcanzar el 45%, aún así, 5 puntos menos que la media UE-27 (Eurostat, 2011).

Si se analiza el gasto público por partidas y por niveles de gobierno, el Estado de las Autonomías está en bastante consonancia con el gasto de otros estados descentralizados. Para que la comparación y la lectura de los datos tengan algún sentido, hay que tener en cuenta que la Sanidad terminó de transferirse a las Comunidades en España en diciembre de 2001, y que el grueso del gasto en protección social, desempleo y jubilaciones especialmente, forman parte de la función redistributiva que retiene el Gobierno Central. En 2002, el gasto en bienes públicos de carácter social (Sanidad, Educación, Protección Social, Vivienda, Cultura) suponía algo más del 66% de media del gasto total de las Comunidades Autónomas. La producción de bienes de carácter económico (Comunicaciones, Infraestructuras básicas y transporte, Investigación, Regulación económica general y por sectores productivos, etc.), llegaba hasta el 21%. En ese mismo año de 2002, el gasto de la administración regional en Sanidad, Educación, Protección Social y Vivienda, alcanzaba el 56,8% en Alemania, el 66,4% en Australia, el 75,2% en Canadá y el 70,4% en Suiza. El gasto en bienes de carácter económico estaba también cercano al español, desde un 29,4% en Alemania, el 19,3% en Canadá, o el 15,5% de Suiza (Giménez Montero, Federalismo Fiscal. Teoría y Práctica, 2002).

Fig.3; Crecimiento de las CC.AA 1975-2000
Ahora, si nos centramos en el caso de España, y ponemos el foco en el carácter regional del desarrollo económico, se aprecia un crecimiento continuo desde 1975 en todas las Comunidades Autónomas a pesar de las diferencias iniciales, pues España tenía y tiene aún fuertes desequilibrios regionales. Las Comunidades más pobres en 1975, Extremadura, Galicia, Castilla-La Mancha, Andalucía, siguen siendo aún las más pobres, pero la descentralización les ha permitido invertir en sus propias regiones y acortar las distancias con España y con Europa. Así, hasta el año 2000 había 6 comunidades que crecían por encima del 3% al año y otras 9 lo hacían a razón de una tasa interanual entre el 2,5 y el 3%. Andalucía, Extremadura y Castilla La-Mancha crecían a un ritmo mayor del que lo hacían Madrid, Cataluña y el País Vasco (fig.3, Instituto de Estudios Económicos, 2003). Uno de los efectos más claros de este desarrollo ha sido la terciarización de sus economías, con una pérdida importante del peso del sector agrario sobre el total de la estructura productiva a favor del sector servicios. En 1977 la importancia de la agricultura en las regiones más ricas era ya bastante ridícula. En Cataluña y el País Vasco suponía alrededor del 4%, y en Madrid era tan solo del 0,7%. Pues bien, en Andalucía la importancia de la agricultura era del 16%, en Extremadura del 20%, y en Castilla-La Mancha del 22,4%. En 2002, 25 años más tarde, todas las Comunidades han reducido considerablemente la importancia relativa del sector primario en sus economías hasta valores cercanos al 10%. Sólo La Rioja y Extremadura mantenían aún valores superiores.

Fig.4: Gasto público/PIB de las CC.AA 2000-2009
El esfuerzo que han realizado por tanto las Comunidades más pobres ha sido bastante considerable, y es un esfuerzo que se pude cuantificar fácilmente examinando el gasto público de cada Comunidad en relación a su PIB, muy por encima de las Comunidades ricas, que, más por opciones ideológicas que por ventajas económicas reales, han decidido aumentar la oferta privada de bienes y servicios en detrimento del sector público. Puesto que, como decíamos, las transferencias de Educación se completaron en el año 2000, y las Sanidad en el 2002, es a partir de entonces cuando debemos establecer las comparaciones. Así, el gasto público en relación al PIB en Extremadura se ha mantenido en torno al 27-28% entre los años 2003 y 2007, Castilla-La Mancha en el 22%, Andalucía en el 19-20% y Galicia en el 19%. En el otro extremo, Madrid inició la década con sólo un 5,8% de gasto público, aunque luego se ha situado en torno al 9%, Cataluña y País Vasco se han movido entre el 11 y el 13% del gasto público en relación a su PIB (fig.4). Parecidas conclusiones obtenemos si atendemos al gasto público por habitante, aunque aquí hay que tener en cuenta el factor demográfico, que hace que Comunidades prósperas y pequeñas, como el País Vasco, obtenga resultados muy altos; y otras, más grandes y menos prósperas, obtenga peores resultados. Aún así, Madrid, con algo más de 6 millones de habitantes (a 1 de enero de 2008) invierte menos en sus habitantes que Andalucía, con más de 8 millones de habitantes. (Informe Económico Financiero de las Administraciones Territoriales, 2009).

Fig,5: Inversión pública en Educación/PIB
en las CC.AA, 2009
El examen del gasto público en Sanidad y Educación en relación al PIB regional arroja prácticamente los mismos resultados. A la cabeza de inversión en Sanidad se encuentra Extremadura, que pasó de un 8,0 en 2005 a un 9,8 en 2009, Galicia ocupa el puesto número 6 (de 6,3 a 7,3%), le sigue Andalucía (de 6,0 a 7,2%), y luego Castilla-La Mancha (de 6,8 a 7,2%). Navarra, País Vasco y Cataluña ocupan los puestos 14, 15 y 16 respectivamente (de 4,5 a 5,5%). Y Madrid ocupa el último lugar de la tabla, pasó de invertir en Sanidad un 3,5% en 2005 hasta el 4,2% en 2009 (Informe Anual del Sistema Nacional de Salud, 2010). Con la Educación ocurre lo mismo, las Estadísticas del Gasto Público en Educación que publica el MEC, ponen igualmente de manifiesto el esfuerzo realizado por las Comunidades con menor nivel de renta desde el año 2000 y hasta mediados de la década. Así, Extremadura (4,8%), Castilla-La Mancha (4,2%), en contraste con el que realizan Cataluña (2,3%) y Madrid (1,9%). Si nos quedamos con la radiografía que proporcionan los datos de 2009 (fig.5), vemos que la inversión en educación ha seguido aumentando, y que en las Comunidades de menor renta el esfuerzo presupuestario supera ya el 5%. Las más ricas siguen haciendo menos esfuerzos, y Madrid sigue estando a la cola en inversión en Educación, con sólo un 2,7% de su PIB.

Fig.6: Alumnado matriculado por titularidad de los centros
Detrás de los datos están evidentemente las distintas opciones ideológicas. Y los datos sólo muestran los resultados de haber escogido una u otra opción, de haber decidido, con el consentimiento y la aprobación del electorado de cada región, que determinados servicios de interés público sean impulsados y gestionados por el sector público o por el sector privado, incluso, financiando en parte este último con dinero público. Las Comunidades más ricas, las que menos invierten en Educación, son también las que dedican una parte proporcional más abultada de su gasto total en educación a financiar la enseñanza privada concertada no universitaria. El País Vasco dedicaba en 2008 el 30,4% de su presupuesto educativo a este fin. Le siguen Madrid (23,8%), Navarra (22%), Baleares (21,3%) y Cataluña (20,9%). De tal manera que, en el curso 2008-2009, casi la mitad del alumnado estaba matriculado en la enseñanza privada o concertada en el País Vasco y en Madrid, y aproximadamente un 40% en Cataluña (fig.6). Otro tanto pasa en Sanidad. Cataluña es, con diferencia, la Comunidad que más porcentaje de su gasto total sanitario dedica a los conciertos con la sanidad privada: un 29,6% en 2008, aunque ha bajado hasta situarse en el 23,9% en 2010. El resto de Comunidades se sitúan entre el 9% de Canarias, y el 3,8% de Extremadura, Aragón y Cantabria. (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2011). En Madrid, según datos del Servicio Madrileño de Salud (Sermas), en 2007 destinaba un 9,6% de su presupuesto sanitario a la Sanidad privada, cifra que aumentó hasta el 16,1%  en 2010. En la atención hospitalaria es donde mejor se aprecia la apuesta de estas comunidades por la sanidad privada. En 2012 en Cataluña había 152 hospitales privados por 65 públicos; en Madrid, 48 privados por 37 públicos y en el País Vasco, 26 privados por 18 públicos. A pesar de esto, salvo en Cataluña, la oferta de camas públicas sigue siendo superior.

Fig.7: Producto Interior Bruto por habitante, 2009
Pero, como decíamos más arriba, a pesar de todos los esfuerzos, las Comunidades Autónomas que eran pobres en 1977 lo siguen siendo en 2013. Y aunque se han acortado las distancias con el resto de Comunidades, las diferencias de renta y de nivel de vida entre unas regiones y otras aún se mantienen. En 1977 el PIB por habitante de Extremadura no llegaba al 60% de la renta media para todo el país. Andalucía llegaba al 74%, Galicia al 77% y Castilla-La Mancha al 80%. Desde entonces, España ha crecido y todas las Comunidades Autónomas lo han hecho con ella, manteniendo en este desarrollo las diferencias existentes entre unas y otras (fig.7). Es verdad que el Estado de las Autonomías no se construyó pensando en la más o menos eficacia económica del federalismo, sino en la necesidad de encajar una realidad geográfica e identitaria bastante compleja y que se venía arrastrando de tiempo atrás. Pero también es verdad que ha acercado la democracia a los ciudadanos y éstos han podido decidir el modelo y el alcance del Estado de Bienestar que querían para sus respectivas regiones, aunque sea aún imperfecto y esté sin terminar.

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